Hace algunos meses, tuve la oportunidad de participar en un evento del Gremio de Autores donde tuve una charla amena con la CEO del Gremio, Mary Rasenberger. Durante la sesión, exploramos el futuro potencial en el que los robots de inteligencia artificial podrían generar obras literarias viables. Como escritor, esta perspectiva fue aterradora. La idea de un mercado inundado de libros escritos por redes neuronales me llevó a considerar las implicaciones. En medio de esta ansiedad, tuve una revelación que me ofreció un destello de tranquilidad. Aunque mi epifanía puede no haber sido completamente original, presentó una perspectiva que trascendía las preocupaciones sobre derechos de autor y regalías.
Imagina leer una novela que te llega profundamente, que cautiva e inspira tu imaginación. Ahora, imagina descubrir después que el autor responsable de esta obra maestra no es un ser humano, sino un sistema de inteligencia artificial, un robot. ¿Cuántos de ustedes se sentirían engañados por esta revelación? Hice esta pregunta a la audiencia, y casi todas las manos en la habitación se alzaron. La razón detrás de este sentimiento, continué, radica en nuestro deseo inherente de algo más que un contenido excelente cuando nos involucramos con expresiones artísticas. Básicamente, buscamos una conexión humana que vaya más allá de la superficie. Esto sigue siendo cierto incluso cuando el autor ha fallecido hace mucho tiempo.
Consideremos nuestra fascinación duradera con Geoffrey Chaucer, un poeta del siglo XIV. A pesar del paso del tiempo y la evolución del lenguaje, todavía nos sentimos atraídos por la obra de Chaucer. Leer sus palabras nos permite conectarnos con la esencia de su mente, generando una conexión que trasciende las barreras del tiempo y el espacio. Aunque a veces nos cuesta comprender el inglés medio, nos encontramos atraídos por la perspectiva y las ideas personales de Chaucer. A través de su escritura, obtenemos una comprensión más profunda de quién era como individuo.
Esta revelación sobre el significado de la autoría humana me ha guiado mientras navego por el complejo panorama de los problemas relacionados con la inteligencia artificial. Recientemente, asistí a una conferencia de prensa realizada por gerentes de productos de Google, donde presentaron las funciones mejoradas de inteligencia artificial de su chatbot llamado Gemini. Anteriormente conocido como Bard, el renovado Gemini tenía como objetivo «potenciar la productividad y la creatividad». Sin lugar a dudas, los algoritmos son excelentes para aumentar la productividad, pero la noción de creatividad impulsada por la IA merece un examen más detenido.
Google compartió algunos ejemplos ilustrativos durante la conferencia para mostrar las capacidades de Gemini. Un caso destacó la capacidad de Gemini para organizar refrigerios para un equipo de fútbol infantil. El chatbot podría determinar sin esfuerzo quién debería traer qué a cada partido, enviar correos electrónicos personalizados a las personas relevantes e incluso crear mapas de destino. Sin duda, esta función ahorra tiempo y agiliza la logística de una tarea que a menudo puede resultar pesada. Es el epítome de la productividad en su mejor momento.
Otro ejemplo involucró a Gemini generando un «pie de foto tierno» para una fotografía en la que aparecía un perro familiar. El chatbot propuso el siguiente pie de foto: «¡Baxter es el rey de la colina! 👑 ¡Mira quién está en la cima del mundo!» Aunque este pie de foto posee un elemento de ligereza, me lleva a reflexionar sobre el propósito de compartir en redes sociales, una plataforma impulsada inherentemente por conexiones humanas. Cuando publicamos una imagen y le adjuntamos una descripción, esta se convierte en parte de una conversación más amplia. Utilizar un escritor fantasma, como un chatbot de IA, crea inherentemente una distancia que puede alienar a amigos y seguidores que interactúan con el contenido.
A medida que la IA continúa avanzando e integrándose en diversos ámbitos de la expresión creativa, es crucial no pasar por alto el valor que surge de la conexión humana. Si bien los algoritmos de IA sin duda pueden mejorar la productividad e incluso ofrecer sugerencias creativas, hay un aspecto intangible del arte y la escritura que surge de nuestros conocimientos, emociones y experiencias compartidas como seres humanos. Esta esencia es la que cautiva al público y fomenta una conexión profunda entre creador y consumidor. En el futuro, es imperativo que artistas, escritores y tecnólogos colaboren de manera que garantice que el elemento humano permanezca en el núcleo de los esfuerzos creativos. Al aprovechar el poder de la IA mientras valoramos y preservamos nuestras perspectivas únicas, podemos continuar evolucionando el panorama del arte y la escritura, enriqueciendo nuestro patrimonio cultural colectivo para las generaciones venideras.
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